Una casa, en su forma más simple, tiene sólo cuatro paredes, un techo y una puerta. Son ladrillos, tejas y cemento, unidos por un armazón de hierro y concreto. A menudo se arrienda o se vende, cambiando de manos, de dueños o arrendatarios, quedando en el olvido o convirtiéndose en un paisaje sombrío en algunos barrios.
Pero, ¿cuándo cobra vida una casa?
Una casa cobra vida cuando las personas la habitan, cuando los colores la visten y los sueños se construyen y se guardan entre sus muros. Porque una casa es más que un espacio físico; es el eco de los procesos que encarna, como los que gesta la Corporación Mi Comuna, nuestra casa. Una casa -con c minúscula- no sería una Casa -con C mayúscula- sin esas sumas de voluntades, esas energías compartidas, esos lazos que se tejen y que han crecido a lo largo de los años. Es en esos gestos cotidianos, en las manos que construyen y cuidan, donde una casa encuentra su verdadera esencia.
Este proceso comunitario lo hemos venido construyendo como el lugar de las risas, el refugio de quienes caminan mirando al cielo y el hogar de quienes sueñan despiertos. En este lugar guardamos las historias que la cotidianidad no nos deja ver, rescatamos las memorias y los olvidos que hacen de esta comuna un territorio en movimiento, y somos el hogar donde las resistencias encuentran fuerzas.
Este es el espacio donde se forjan sueños, se comparten luchas y se construyen esperanzas. Las voces que resuenan y han resonado en sus habitaciones, en sus salas, patios y cocina… Las manos que construyen y reparan sus imperfecciones y la llenan de color; los niños que crecen en ella y la protegen con celo; los jóvenes que la llevan sobre sus hombros… Todas estas voluntades contribuyen a su esencia.
Este proceso habla y este es su manifiesto: un canto a la alegría, la rebeldía y la parcería que, como procesos comunitarios y populares, nos ha permitido resistir y crecer a lo largo del tiempo. Un manifiesto que suena a salsa, cumbia y porros, porque está dedicado a celebrar las utopías.
Una organización que abre caminos para decirle a todos y todas; a las niñas y niños que juegan en cada rincón, a los jóvenes que, con sus cámaras, vestuarios e instrumentos, capturan el pulso de la vida, a las mujeres que han hecho de esta corporación su hogar, su escenario, su tertuliadero: que sí podemos construir otros mundos posibles, tejidos desde la fuerza y la belleza de la colectividad.
Hace unos años, Eduardo Galeano escribía refiriéndose a una anécdota de Mario Benedetti que:
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por…
—Llave, por llave—me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
En estos 15 años de la Corporación Mi Comuna, 17 años del Periódico Mi Comuna 2 y 10 años de tener las puertas abiertas de la Casa para el Encuentro Eduardo Galeano, han sido muchas más de 5 las llaves que nos han salvado la vida.
A esos compañeros y compañeras que nos han salvado y siguen caminando con nosotros en el sendero de la resistencia y la alegría, les solemos llamar «compas».
Todos y todas hemos contribuido y aportado en este proceso con algo, pequeño o grande, efímero, duradero… Pero de seguro todos y todas hemos recibido algo que es imposible de cuantificar: una esperanza. La esperanza de resistir, la esperanza de caminar y la esperanza de soñar en colectivo.
Por muchos años más, resistiendo, caminando y soñando juntos. Por la Corporación Mi Comuna, para que siga siendo ese hogar que nos acoge. Por el Periódico Mi Comuna 2, para que continúe llegando a nuestras casas, llevando nuestras voces a cada rincón. Y por la Casa para el Encuentro Eduardo Galeano, para que sus puertas siempre sigan abiertas.